jueves, 17 de mayo de 2012

Kratos

Me detuve. No podía dolerme más la cabeza. Y sólo tenía ganas de gritar y llorar hasta quedarme sin voz. Sentía que me ahogaba y me estaba mareando. Levanté la vista al cielo y sólo vi vacío y oscuridad entre las hojas de los árboles: esa noche no había estrellas.
¿Era, pues, aquello el odio?

En ese momento un fuerte tirón me desestabilizó, di dos traspiés hacia adelante tratando de mantener el equilibrio. Al otro extremo de la correa mi perro me miraba. Fui a regañarle pero al final me agaché junto a él y le acaricié la cabeza. Tenía razón: había que continuar.

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